Corría el año de 1996 y yo cursaba el segundo semestre de la carrera de Comunicación en la UVM Tlalpan. Fue al entrar por primera vez al edificio "F" que conocí el amor. No el romántico, sino ese otro que te elige sin avisar y te acompaña toda la vida.
La primera vez que pisé las cabinas de radio, ese pequeño santuario donde el silencio y el sonido coexisten, supe que estaba en casa. Rodeado de paredes acolchadas y consolas analógicas, descubrí que las historias también se pueden solo con sonido. Y eso me cambió para siempre.
La dinámica era sencilla pero mágica: simular programas en vivo, grabar nuestras prácticas en cassettes o cintas de carrete abierto. Todo era muy analógico todavía, lo cual lo hacía más artesanal, más real. Recuerdo con mucho cariño a Ileana Mata, que siempre nos prestaba su voz con generosidad, y a mis aliados creativos: Mauro Angulo, Alberto Rodriguez (aka El Bro), David Jiménez y José Rendón. Nos la vivíamos grabando todo lo que se pudiera. Cada risa, cada idea, cada error... todo quedaba en cinta, porque sabíamos que cada segundo grabado era una oportunidad para aprender.
Por esos mismos días, ya tenía una banda de rock con mis hermanos. Tocábamos lo que sonaba en las bocinas de todos: Guns N' Roses, Metallica y todo lo que rugía de verdad. Pero esa es otra historia.
Con el pretexto de las prácticas de la escuela y los ensayos de la banda, convencí a mi papá de comprar una de las primeras porta estudios digitales que grababan en disco duro. Esa consola blanca que ven en la foto, una Fostex FD8, fue mi primera gran herramienta. Y fue un parteaguas.
Años después hasta disparábamos secuencias en vivo con S.I.N., otra banda universitaria donde tocaba la guitarra con los hermanos Rendón. También otra historia que daría para largo.
Pero esta… esta es la historia del verdadero amor de mi vida: contar historias con sonido. Porque aunque nunca me gustó cómo sonaba mi propia voz, aprendí que el audio no depende solo de eso. El audio es emoción, es atmósfera, es textura… es vida.
Mírenme, casi 30 años después. Aquí sigo. Contando historias, explorando sonidos, dejando que cada frecuencia me siga guiando.